Acerca del día de los y las trabajadores y trabajadoras
El día 1° de mayo celebramos el día del trabajador. Una primera búsqueda de información, google mediante, dice que se fijó en honor a los llamados “mártires de Chicago”, un grupo de trabajadores que fueron fusilados luego de protestar por pedir una jornada laboral de 8 hs, en 1886. Esa reivindicación era realizada por grupos de anarquistas y socialistas. Tal vez por ello, en el país del norte, no se celebra el día del trabajador, sino el día del trabajo, en otro momento del año. En el caso de la iglesia católica, por su parte, fue en mayo de 1954 que el Papa Pío XII declaró a este día como el de San José Obrero. La superposición de una efeméride “laica”, digamos, con una celebración religiosa no debe llamarnos la atención, ya que se trata, en el mejor de los sentidos, de asumir desde la fe valores y reclamos humanos que se corresponden con nuestra realidad histórica, con la naturaleza encarnada del mensaje de revelado en la persona de Jesús, trabajador, criado en el seno de una familia de trabajadores. Esta asunción de nuestra realidad histórica no resulta compatible, a nuestro criterio, con miradas algo edulcoradas acerca de la festividad que referimos. Anotamos algunas cosas, sin pretender ser exhaustivos.
En primer lugar, algunas de las imágenes que nos enviamos por las redes sociales, incluyendo a veces las de nuestras escuelas, consolidan determinados estereotipos sexistas, raciales, de clase, que deben ser mirados críticamente, en el sentido que Puebla le da a la definición de educación. Si una imagen dice más que mil palabras, ¿qué dicen de nosotros las imágenes que compartimos?
En segundo lugar, es necesario reconocer la tarea de las mujeres fuera y dentro del hogar como trabajo. Esta asunción supone el diálogo real, sincero y fraterno con las nuevas realidades que no podremos evangelizar si no podemos asumir. No sólo José y Jesús trabajaban en la casa de Nazaret, sino también María. Tenemos que decirlo y repetírnoslo para que se nos haga conciencia a aquellos que no terminamos de asumirlo, o para aprender a escucharlo en las palabras y gestos de todas nuestras compañeras de trabajo en la escuela y en casa.
En tercer lugar, la necesidad de encarnación, es decir, de contextualizar en un espacio y un tiempo, implica revisar los recursos que utilizamos en las aulas. La desvalorización que supone a veces dividir entre oficios y profesiones, el enseñar procesos de los trabajadores en Europa pero ignorar los de Argentina y Latinoamérica, la perspectiva “folklorizante” acerca de las amplias diversidades laborales que hay en nuestro país, sólo por enumerar algunas, pueden ser muy poco cristianas.
En definitiva, lo que queremos decir, es que la perspectiva cristiana no es conciliable con procesos de abstracción que se separan de la idea de encarnación histórica y geográfica que supone nuestro evangelio. Una educación que no esté situada ni ayude a situar, y que no sea crítica, puede ser opuesta al trabajo que queremos realizar, incluso en contra nuestro.